miércoles, 25 de agosto de 2010

Yo también soy un bollo relleno

Cuarenta y siete veranos después de que John Fitzgerald Kennedy estuviese en Berlín, Dorami y yo hemos visitado la capital alemana. De ahí el título de este artículo, ya que corre por ahí la leyenda urbana de que, en su discurso más famoso en esa ciudad, al pronunciar las palabras “Ich bin ein Berliner” ("soy un berlinés"), Kennedy no se atribuyó la condición de ciudadano de Berlín sino la de un típico bollo relleno de confitura, el Berliner Pfannkuchen.

A pesar de su nombre, yo, si tuviera que identificar la capital de Alemania con una comida, no lo haría con ese bollo, sino con la típica salchicha berlinesa, la currywurst, una salchicha con salsa de curry. Una comida que aúna Alemania (la salchicha) con Oriente (el curry). Porque Berlín resulta una ciudad sorprendente, difícil de asimilar a la idea que tenemos de los alemanes: caótica, repleta de extraños especímenes, con una población echada a la calle, un poco sucia… Esos descampados entre edificios, esas barras de bar a pedales impulsadas por un grupo de borrachuzos que se abren paso entre la circulación de una de sus principales avenidas, esos tranvías con horarios “orientativos”, esos escalofriantes cambios de sentido de los coches en medio de calles muy transitadas, Tacheles (una casa “okupada” convertida en centro cultural alternativo)… Berlín asombra al visitante que esperaba orden y seriedad teutónicas.

Algo que nos resultó muy peculiar fueron las numerosas prostitutas que pueblan Oranienburger Strasse, una calle, además, abarrotada de bares y restaurantes. Las prostitutas están perfectamente integradas en la calle, tanto que pasan tranquilamente a los bares a tomarse un tentempié y pasar al servicio y que indican direcciones a los viandantes despistados. Pero lo que más nos llamó la atención de ellas fue un peculiar aditamento en su vestuario de trabajo, por lo demás muy escotado, muy insinuante y muy de todo: una riñonera. Sí, todas las prostitutas de la calle llevaban su riñonera, probablemente el complemento más antierótico de todos los posibles. ¿Qué llevaban todas en la dichosa riñonera? Misterio: quizá preservativos, quizá el carné de puta… Dorami aventuraba que cambio para los clientes.

Pero bueno, no todo en Berlín son barras de bar rodantes y prostitutas con riñonera. Hay muchas otras cosas que ver. Lo primero, los museos. En Berlín, por tener, tienen hasta una isla llena de ellos, la Isla de los Museos. El más interesante de ellos es el Museo de Pérgamo, donde, como su nombre indica, está el famoso Altar de Pérgamo, pero también una de las Puertas de Babilonia y su Vía Procesional, la Puerta del Mercado de Mileto… También merece la pena el Neues Museum, donde tenéis una de las colecciones egipcias más importantes del Mundo y podéis admirar el célebre busto de Nefertiti. Ya fuera de la Isla de los Museos está, entre otros, el Museo de la Bauhaus, donde te cuentan la historia de esta escuela, fundamental para entender el Arte y el Diseño del siglo XX y cuya influencia llega hasta nuestros días (Ikea es puro Bauhaus). Para entrar en los museos hay una tarjeta, válida por tres días, que os puede venir muy bien. Cuesta 19 € pero, dado que la entrada al Museo de Pérgamo ya cuesta 12, es fácil de amortizar.

En cuanto a la historia de la ciudad, probablemente los dos periodos más famosos de ella son cuando fue capital del III Reich y, posteriormente, cuando tras finalizar la II Guerra Mundial fue dividida entre las potencias vencedoras y los rusos erigieron el Muro. Hay partes del Muro en numerosos lugares de la ciudad pero el trozo más grande está en la East Side Gallery, donde artistas de todas partes del Mundo han plasmado diversos mensajes pacifistas sobre él. Relacionado con el régimen de Hitler hay un interesante museo, la Topografía del Terror, edificado sobre las ruinas de lo que fue el cuartel general de la Gestapo. En el vecino pueblo de Oranienburg, al que se puede llegar en tren de cercanías, podéis visitar el campo de concentración de Sachsenhausen, edificado por los nazis pero utilizado también, tras la guerra, por el régimen comunista. La visita al campo deja muy mal cuerpo, la verdad, pero me parece algo que hay que ver.

Hablaba antes del III Reich. Si hay un Tercer Reich, eso significa que hubo antes un Segundo Reich. Este fue el Imperio Alemán salido de la Paz de Versalles, que puso fin a la Guerra Franco-Prusiana. Berlín era por aquella época la capital del Reino de Prusia, que prácticamente se anexionó el resto de Alemania gracias a las dudosas pero eficaces artes de Bismarck. De la época de los reyes de Prusia y el Segundo Imperio Alemán también quedan numerosas construcciones en la ciudad. En la Isla de los Museos está la Catedral, un grandioso y peculiar edificio de comienzos del siglo XX. Muy cerca está Gendarmenmarkt, una de las plazas más hermosas de Berlín, y al final de Unter den Linden (una de las avenidas principales de la ciudad), la Puerta de Brandemburgo. En la otra punta de Berlín está el Schloss Charlottenburg, el palacio de verano de los primeros reyes de Prusia. No muy lejos, cerca del zoo, están las ruinas de la Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche (este palabro creo que quiere decir iglesia votiva), prácticamente destruida por los bombardeos durante la II Guerra Mundial y que ha sido conservada así como un monumento contra la guerra. En la cercana Postdam tenéis también un conjunto con palacios y jardines edificado por Federico el Grande, el rey filósofo, pero, en nuestra opinión, si andáis justos de tiempo podéis prescindir de su visita.

Con tanta visita es posible que os haya entrado hambre, ¿no? No os preocupéis, en Berlín tenéis montones de sitios para comer y, por nuestra experiencia, bastante bien, abundante y a un precio correcto. Excepto un día que comimos en un chiringuito en Alexanderplatz, el resto de las veces comimos de bien para arriba. Eso sí, no muy variado. La mayor parte de los platos disponibles en los restaurantes son de carne: salchichas, albóndigas, codillo, asado, estofado… El pescado es escaso. De todas formas la pasta es omnipresente, en todos los restaurantes hay siempre algunos platos vegetarianos y, si no os convencen estas opciones, podríais intentar alimentaros a base de cerveza, de la que hay una variedad casi interminable.

Pues esto es todo. Si tenéis alguna duda, preguntadnos en los comentarios y procuraremos resolverla en la medida de nuestras posibilidades. Ya sólo me queda desearos que si vais a Berlín lo paséis tan bien como nosotros.

7 comentarios:

peritoni dijo...

Pues es un lugar que hasta ahora nunca nos ha llamado la atención... pero como tú dices. yo si voy algún día espero encontrar el colmo de la limpieza y la puntualidad. Así que seguro que me sorprende como a ti: y eso no sé si me inclina a ir o todo lo contrario.

Y lo de los expolios de arte me pone muy malo...

Jajaja dijo...

Pues ya ves, Peritoni, las sorpresas que nos dan los teutones.

En cuanto a lo de los expolios de arte, en general estoy de acuerdo contigo. Pero creo que hay que es un tema que merece una “pensada”.

Tomemos, por ejemplo, el Altar de Pérgamo. El Altar de Zeus en Pérgamo fue construido, como su nombre indica, en esa ciudad, una de las colonias griegas en Asia Menor. Es, por tanto, un producto de la civilización griega. Los turcos aparecen por allí entre el siglo XIII y el XVI (no sé exactamente cuando los otomanos tomaron Pérgamo y no me apetece buscarlo, pero esta aproximación valdrá), les reparten una buena manita de tortas a los bizantinos (el antiguo Imperio Romano de Oriente) y se quedan con todas sus posesiones. A finales del siglo XIX aparecen por allí los alemanes, ávidos de obras de arte. Como parece ser que los griegos ya tenían una legislación bastante restrictiva en cuanto a la exportación de antigüedades, van a Turquía, con cuyo gobierno el alemán mantenía bastante buenas relaciones. Bismarck llegó a un acuerdo con los turcos: les pagó (creo recordar) 20.000 marcos y arqueólogos alemanes excavaron las ruinas del altar y se lo llevaron a Berlín. No es una historia excesivamente ajetreada pero ya da para que varios actores pudieran disputarse la propiedad de “estos piedros”: Grecia, que se considera heredera de la civilización que lo construyó; Turquía, que adquirió su emplazamiento por derecho de conquista, y Alemania, que sacó sus restos a la luz y pagó por llevárselos. ¿Quién debería quedárselos? Yo, en este caso, diría que los alemanes.

Suntzu dijo...

A mí me gustaría ir solo por el museo de Pérgamo. Una amiga mía estuvo allí hace un par de años y habla maravillas de él.

maybe dijo...

I'm appreciate your writing style.Please keep on working hard.^^

Jajaja dijo...

Suntzu,
El Museo de Pérgamo está muy bien, pero también hay muchas otras cosas en Berlín que creo que podrían gustarte.

Maybe,
Thank you... but... Working hard??? Is that a joke? I'm a civil servant!

Anónimo dijo...

Una ciudad que tenemos ganas de visitar Lady H y yo..
..Y yo que creía que "Ich bin ein Berliner" quería decir "Yo tengo una berlina"..jojojo..que chispa tengo..

Anónimo dijo...

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