viernes, 22 de mayo de 2009

Cursos de verano y cursos de entretiempo

El año pasado Dorami y yo estuvimos en los cursos de verano de la UNED, en Plasencia. Ella hizo un curso sobre psicología y cine y yo otro sobre el ejército español en la Edad Moderna. La experiencia fue muy positiva: además de escuchar de primera mano a especialistas sobre estos temas, visitamos una ciudad preciosa en la que nunca habíamos estado y conocimos a un grupo de gente muy majo con los que lo pasamos estupendamente. Así que este año hemos decidido repetir, aunque esta vez nos trasladaremos a Ávila. Dorami se ha apuntado a un curso llamado “Ética española actual” y yo a "Imágenes de la Edad Media".

El miércoles, cuando me confirmaron desde la secretaría de los cursos que nuestra matrícula estaba admitida, aproveché para ir a hablar con mi señorito sobre las vacaciones. Cuando le comenté lo de los cursos, me dijo: “Vaya cursos más raros hacéis”. ¿¿¿??? Para cursos raros los que se imparten en la Junta: “Pensamiento eficaz”, “Fundamentos de gestión de servicios con ITIL”, “Procedimiento administrativo”… ¿Quién en su sano juicio se apuntaría a un curso de esos si no fuese por los puntos?

Ese mismo día coincidió que Dorami tenía que recoger los resultados de unos análisis de sangre. Como el laboratorio está al lado de donde suelo ir a desayunar, me ofrecí, naturalmente, para ir a recogérselos. Pero luego empecé a darle vueltas a la cabeza y me dio por pensar que no me los iban a entregar. Al fin y al cabo no podía acreditar de ninguna forma mi relación con ella, ni siquiera llevaba una autorización firmada. Y lo que me tenían que dar era un análisis, datos de carácter personal, vamos; de salud, que según la Ley de Protección de Datos son los más protegidos de todos.

Pues bien, yo llegué al laboratorio, que está situado en un piso, pasé sin llamar (según rezaba un cartel colgado en la puerta) y empecé a deambular por allí porque no había ni información ni recepción ni nada que se le pareciera. Pasé por unas cuantas habitaciones donde gente con batas blancas se afanaba junto a cachivaches de extravagante aspecto hasta que, al cabo de un rato, una chica me saludó y me preguntó que quería. Le pedí los análisis, ella me preguntó los apellidos y yo se los di (los de Dorami, claro). Se puso a rebuscar en dos cartapacios que tenían en una de las habitaciones del principio y ¡voila! “¿Dorami?”, preguntó ella, para confirmar el nombre. “Sí” (que mira que tengo yo pinta de Dorami, no sé si se pensaría que soy la mujer barbuda). Total, que salí de allí con los análisis bajo el brazo y el convencimiento de que la incomprensión de mis auditados cuando les hablo de protección de datos es de lo más normal, porque la mayor parte del Mundo mundial se pasa la Ley Orgánica de Protección de Datos por el forro.

Pero bueno, a lo que íbamos, lo de los cursos. El caso es que en mis paseos por el laboratorio di con el diploma de un curso cuyo tema no tuve más remedio que compartir con mi señorito y mis compañeros. Se trataba de unas “Jornadas científicas de fin de semana” y el tema de las mismas era, ni más ni menos, que la “Coprología”. Ignoro casi todo lo relativo a esa materia pero puedo afirmar sin dudar un momento que es un curso mucho más raro que mis cursos de la UNED, más incluso que los de la Junta. Ese sí que es, para que vamos a engañarnos, un auténtico curso de mierda.

lunes, 18 de mayo de 2009

La ventana indiscreta

Esto de tener una vecina cotilla es un chollo. La semana pasada iniciaron las obras de la acera de enfrente de nuestra casa. Claro, como no se dignan a avisar, pues yo tenía el coche allí aparcado, impidiendo que las obras pudieran avanzar. Cuando llegué del trabajo al medio día tenía mi cochecito acorralado entre cintas y vallas por doquier. Pero, eso sí, estaba a buen recaudo porque tenemos a una vecina que es como James Stewart en su indiscreta ventana vigilando nuestros coches, nuestras compras, nuestras compañías, nuestras entradas y salidas…


La tía me estaba esperando, porque sabe a que hora llego, y me dice que ya había hablado ella con los obreros para que tuvieran cuidado con el coche. Es más, ya tenía pensado ella un sitio donde poder aparcarlo. Bueno, hasta ahí todo bien. El problema es que el tributo a pagar por la “vigilancia” es muy alto. Efectivamente, le faltaba algún pequeño detalle sobre nuestra vida. Como si fuera una periodista del corazón, lo fue hilando todo perfectamente; además, yo, inocente de mí, poco a poco fui cayendo en su telaraña: ¿Y vosotros en qué trabajáis? ¿Y de dónde sois?... (hasta aquí todo bien) Pero de repente suelta el anzuelo (y yo pico, claro está): “¿Y tu esposo a qué hora llega?” Y digo: “no, si no es mi esposo, es mi novio”. “¿¡Estáis viviendo juntos sin estar casados!?” “Pues sí” –dije yo cada vez más apocada- En fin, en este punto ya estaba la suerte echada: empezó con toda una retahíla: “que si la juventud de hoy en día, que si no hay compromiso, que qué es eso de vivir en pecado sin la bendición de Dios…” Todavía estoy conmocionada, eso sí, a partir de ahora tenemos que cuidarnos bien de dónde dejamos el coche, pues no creo que nos lo cuide más… Bueno, a no ser que le cuente que el otro día cuando estuvimos en Úbeda casi nos casan. Venga, os lo voy a contar: el caso es que nos encontramos con una boda por el juzgado. Y yo, que soy muy cotilla, convencí a mi chati para meternos dentro y ver a los novios, los vestiditos de los invitados, las horteras de las amigas solteras de la novia… El caso es que nos quedamos tan obnubilados con los trapitos del personal que sin que nos diéramos cuenta fueron saliendo todos los invitados, exceptuando los novios y nosotros. Decidimos salir rápidamente, pero en cuestión de segundos nos vimos atrapados entre los novios (por delante) y el conserje del edificio (por detrás y ansioso por cerrar). El caso es que no nos quedó más remedio que salir justo detrás de los novios. Estoy convencida de que mucha gente pensó que era una boda doble, porque mi chati y yo íbamos de guapos… Habida cuenta de lo sucedido, estoy por decirle a nuestra vecina que estamos “prácticamente” casados. Todo sea por recuperar su confianza y, lo que es más importante, su vigilancia.