martes, 27 de octubre de 2009

La batalla del Jarama

Los campos de batalla forman parte de la Historia. Quizá sean una parte que no nos gusta, pero eso no nos autoriza a pasarla por alto y mucho menos a olvidarla. El país que olvida su Historia está, en el mejor de los casos, indefenso ante los manipuladores que buscan sustentar sus propios puntos de vista en una versión de la Historia manufacturada para la ocasión. En el peor de los casos, corre el riesgo de repetirla. Por eso me fastidia que en un país donde la llamada Ley de Memoria Histórica es una cuestión de actualidad, abandonemos monumentos vivos a la Memoria, como son los campos de batalla, y nos centremos en polémicas estériles que tienen más que ver con nuestras propias ideologías políticas que con la España de nuestros abuelos.

Hace un par de fines de semana, Dorami y yo con un par de amigos nos acercamos a Morata de Tajuña a visitar la zona en la que tuvo lugar la batalla del Jarama, en la que aun quedan multitud de restos de las antiguas fortificaciones que se erigieron durante y después de la batalla. La batalla del Jarama, además del interés particular que tiene para mí, ya que uno de mis abuelos luchó en ella, tiene una importancia fundamental en la Guerra Civil Española. Esta batalla marca un punto de inflexión en la forma de entender la Guerra Civil de ambos contendientes: hasta entonces en ambos bandos predominaba la idea de una guerra corta, que terminaría antes de finales de 1937; a partir de ella, se adivina en el horizonte una conflagración larga, dura y sangrienta. En el aspecto militar, el Jarama representó el primer banco de pruebas en el que se emplearon muchas de las armas y tácticas que se utilizarán en la II Guerra Mundial: las granadas de piña, los ataques de fuerzas acorazadas en masa, los combates de aviación… Por último, en el aspecto humano, la batalla del Jarama representa una visión reducida de lo que será la siguiente Guerra Mundial: hombres de cincuenta y cuatro nacionalidades se batirán en los campos del sur de Madrid.

Esta batalla se produce tras el fracaso del ejército nacional al intentar tomar Madrid mediante un ataque frontal. La estrategia franquista cambia, a partir de entonces se va a intentar completar el cerco de la capital cortando todos sus accesos. Para ello la carretera de Valencia era fundamental, ya que se trataba de la principal arteria que unía Madrid con la ciudad levantina, en la que por aquel entonces estaba instalado el gobierno republicano, y era el acceso más importante para los transportes que abastecían la a la considerable población, entre combatientes y civiles, que abarrotaba la capital.

El plan franquista consistía en un movimiento envolvente dirigido hacia Alcalá de Henares que cortaría la carretera de Valencia a la altura del pueblo de Rivas y el puente de Arganda. Las tropas nacionales serían dirigidas por el general Varela, militar de ideología carlista, poseedor de dos Cruces Laureadas de San Fernando y considerado uno de los generales más capaces del Ejército Español. El ataque tuvo que retrasarse varios días, hasta el 6 de febrero, debido a las fuertes lluvias, lo que provocó que el campo de batalla quedara cubierto de una espesa capa de barro. El primer ataque desbordó completamente las defensas republicanas; los sublevados, encabezados por la caballería y las tropas moras cruzaron el Jarama por los escasos puentes disponibles. Pero finalmente el ataque fue contenido en el altiplano que separa los valles del Jarama y el Tajuña por tropas republicanas que estaban preparadas para una abortada operación sobre Brunete. Allí la ofensiva se empantanó en un sangriento intercambio de ataques y contraataques. A finales de febrero, la batalla terminó por el agotamiento de ambos contendientes que, debido a la fiereza de los combates, carecían ya de reservas para explotar una posible ruptura del frente. La batalla había durado tres semanas y había provocado unas 16.000 bajas entre ambos bandos. Tras la batalla ambos bandos se dispusieron a fortificar el frente, que permaneció estable hasta el final de la Guerra.

Podría decirse que la batalla del Jarama acabó en empate, aunque los dos bandos reivindicaron la victoria. Los franquistas tomaron posiciones en la otra orilla del Jarama, desde las cuales tenían la carretera de Valencia a tiro de la artillería, lo que obligó a desviar el tráfico en algunos tramos. Los republicanos, por otra parte, impidieron que los nacionales alcanzaran sus objetivos, siendo esta la primera ocasión en el que el recién creado Ejército Popular es capaz de detener una ofensiva del Ejército de África, hasta entonces irresistible en campo abierto.

Al llegar a la zona de la batalla aparcamos cerca del antiguo monumento a las Brigadas Internacionales, que fue dinamitado por las tropas franquistas, y recorrimos andando la Cañada Galiana hacia el sur, para ver algunas fortificaciones frente al Pingarrón y la Colina del Suicidio, donde tuvieron lugar los combates más sangrientos de la batalla. Parece mentira, al ver esas elevaciones del terreno que apenas merecen el nombre de colina, las terribles sangrías que se produjeron en sus laderas. Claro, que una cosa es pasear un domingo de otoño acompañado por la brisa mañanera y otra avanzar a través de un infierno de barro y niebla hacia un tabor de regulares convenientemente reforzado por unas cuantas ametralladoras. En esta zona combatió la unidad de mi abuelo, la 66ª Brigada Mixta, que tuvo un índice de bajas de más del 50%. Después visitamos un monumento de Martín Chirino a los brigadistas internacionales y, alrededor suyo, los restos de las trincheras que defendían Morata y el valle del Tajuña, realizadas por el ejército republicano durante los meses posteriores a la batalla.

Tras la visita fuimos a comer a Morata de Tajuña, al Mesón El Cid, donde tienen un pequeño museo de la batalla. En él hay recogidas multitud de fotos sobre el conflicto, así como cascos, munición, armas e incluso varias cartas manuscritas de los participantes. Antes de la visita al museo, ya habíamos comido y he de decir que muy bien. Pedimos unos entrantes muy ricos y de segundo todos coincidimos en el cordero asado, que resulta ser especialidad de la casa. Con razón porque es uno de los mejores corderos asados que he probado en mucho tiempo. Cerramos la comida con diversas tartas caseras que aportaron un toque dulce a una jornada que había transcurrido en lugares de amarga memoria.

Si tenéis interés por visitar la zona hay varias asociaciones que se dedican al tema de la localización y restauración de los restos de la Guerra Civil en Madrid y sus alrededores; alguna de ellas también realiza visitas guiadas. Esa es otra de las utilidades que yo veo a los campos de batalla: con una adecuada promoción pueden convertirse en un polo de atracción turística en zonas que carecen de atractivos turísticos más tradicionales. Un ejemplo de esto son los campos de batalla de Waterloo y las Ardenas, situados en Bélgica y convenientemente explotados por el Turismo Belga. Aquí os dejo también la página web de una asociación que se dedica a la localización y divulgación de los restos de la batalla del Jarama donde podéis encontrar un folleto con rutas por la zona.

1 comentario:

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

Gran post. Vivo en Madrid, así que podré visitar estos lugares que indicas. Un abrazo.