jueves, 4 de septiembre de 2008

Arkham

Arkham es el nombre de una ciudad imaginaria en la que están ambientados muchos de los relatos del escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft. Supongo que en homenaje a su creador, el guionista de historietas Dennnis O’Neil utilizó su nombre para bautizar el hospital psiquiátrico penitenciario en el que son encerrados los tronados villanos de los tebeos de Batman tras ser capturados por el Murciélago. Ya que el Manicomio de Arkham está situado en las cercanías de Gotham City y que habíamos quedado en un artículo anterior que Gotham no es sino otro nombre para Nueva York, ¿qué mejor nombre para titular un artículo sobre “anézdotas” y otras cosas que nos han llamado la atención de la Gran Manzana?

Lo bueno de las “anézdotas” es lo que dice Dorami: “Dentro de algún tiempo, recordaremos esto y nos reiremos”. En el momento te hace aproximadamente tanta gracia como que en el control de seguridad de un aeropuerto norteamericano te digan: “Yo no puedo autorizar su entrada en el país. Acompáñeme”. Pues eso. Y ahí vas, siguiendo a un negro enorme que se lleva tu pasaporte, mientras te asaltan pensamientos sobre guantes de goma, calzoncillos por las rodillas y “no se preocupe que no le va a doler”. Afortunadamente nos quedamos un paso antes: Una sala con varias filas de sillas y, frente a ellas, un estrado con varios policías. Un tanto aliviado, reuní la suficiente presencia de ánimo como para preocuparme por nuestro equipaje y le pedí a Dorami que fuera a por nuestras maletas. Mientras ella estaba fuera, una de las policías cogió mi pasaporte y se puso a teclear furiosamente en su ordenador. Repentinamente un vocerío atrajo nuestra atención: Era uno de los policías que estaba chillándole a Dorami, que volvía con nuestro equipaje. Ella no se achantó, sino que contraatacó gritando: “My husband is inside! My husband is inside!” Uno de los guardias que estaban en la puerta, sin duda conmovido por este drama familiar, se unió al coro de aullidos en apoyo de “my wife”. Finalmente la dejaron pasar a condición de que dejase las maletas en la puerta. Volví mi atención a la policía que tenía mi pasaporte y, cual no sería mi consternación, cuando la tía sale corriendo con él en la mano. La sala de tactos rectales, con su siniestro letrero de “in use” apagado, se hizo más amenazadoramente próxima. Minutos después volvió y se puso de nuevo a teclear como si no hubiese pasado nada. No sé si es que le había dado un apretón y le gusta llevarse lectura al “restroom” pero, ¡joder!, eso no se hace, que casi me da un ataque. Por fin dejó mi pasaporte sobre el estrado, lo selló y masculló algo parecido a mi nombre. Así que cogí mi documentación y salimos de allí como alma que lleva el diablo. Todavía tuve que enseñar el pasaporte una vez más para abandonar la sala y otra después de recoger las maletas. Me sentía como un fugado en una de esas películas sobre campos de concentración, cuando tiene que enseñar sus documentos al agente de la Gestapo y un sudor frío le resbala por la espalda mientras piensa que van a descubrir que sus papeles son falsos.

Con el jaleo de Inmigración se nos quitaron las ganas de experimentos con el metro para ir al hotel, así que cogimos un taxi. No es una mala opción, ya que hay una tarifa única de 45 dólares para ir de JFK a Manhattan. Sumándole el peaje del puente y la propina te sale por unos 55 dólares. Además, gracias a la tarifa fija sabes que no van a timarte dándote una “vuelta turística” por el Bronx y Nueva Jersey. Eso sí, hay que coger uno de los taxis oficiales, los amarillos. En el aeropuerto te aborda un montón de gente ofreciéndote taxis, pero esos no se rigen por las tarifas oficiales y te pueden salir bastante más caros. Esa fue la única vez que cogimos un taxi, pero hay que decir que son un medio de transporte muy popular entre los neoyorkinos, como atestigua la gran cantidad que hay a todas horas por las calles.

El medio de transporte que nosotros utilizamos más fue el metro. Aunque hay que advertir que el metro de Nueva York tiene su miga. Para los que estamos acostumbrados al de Madrid, que es muy sencillo de utilizar, se nos hace bastante enrevesado: En algunas estaciones, dependiendo de la dirección en la que cojas la línea, tienes que entrar por una boca de metro u otra; hay líneas locales, que paran en todas las estaciones, y express, que paran sólo en algunas; varias líneas pueden pasar por la misma vía; para bajarse en la estación de South Ferry (desde donde se coge el ferry gratuito a Staten Island, para hacerle fotos a la Estatua de la Libertad) hay que estar montado en uno de los primeros cinco vagones; a últimas horas de la noche y los fines de semana algunas líneas cambian… De todas formas, con un poco de experiencia y leyendo todos los carteles que te pongan por delante, enseguida le coges el tranquillo. Tanto es así que durante nuestra estancia varias personas nos preguntaron en el metro y los supimos orientar rápidamente. Además es muy rápido y, a pesar del sórdido aspecto de la mayoría de las estaciones, muy seguro: Nosotros no tuvimos sensación de peligro en ningún momento y eso que hay días en que lo cogimos pasadas las doce de la noche. En mi opinión es menos probable, hoy por hoy, morir en el metro de Nueva York de un navajazo que de un pasmo, dada la potencia con la que ponen el aire acondicionado en los vagones. Claro que esto del aire acondicionado a toda potencia es algo de lo más normal en Nueva York: Vas por la calle, bajo un sol de justicia, y al pasar por delante de una tienda de la que sale alguien, sientes una ráfaga de viento polar; en el Metropolitan, que es un pedazo de museo descomunal, Dorami iba aterida, arrebujándose en un chal…

Otro lugar con fama de conflictivo es Harlem. Nosotros tampoco tuvimos ningún problema y, la verdad, lo poco que vimos del barrio nos pareció bastante coquetón. Aunque es cierto que tampoco es que fuésemos a las calles más sórdidas a comprar crack… Fuimos a misa, a una de esas misas de gospel que salen en las películas. En principio fuimos a la más famosa, la de la Abyssinian Baptist Church, pero, al llegar allí, nos dijeron que más nos valía que nos buscásemos otra iglesia, porque a la vuelta de la esquina había ochocientos turistas haciendo cola para entrar. Nos indicaron otra iglesia, un par de calles más al norte, y a ella nos fuimos. Allí nos dijeron que éramos bienvenidos, pero que teníamos que tener en cuenta que era una misa para la gente del barrio y que no era tan espectacular como las más frecuentadas por los turistas. De todas formas nos quedamos y la experiencia mereció la pena. Aunque los coros no eran, lógicamente, como los del cine, los predicadores y la propia congregación sobrepasan a la ficción. Los predicadores cantan, cuentan chistes, se apasionan como si estuviesen retransmitiendo un partido de futbol y los fieles intervienen continuamente con sus “amen!” o sus “it’s right!”. Cuando uno de los predicadores terminó su homilía sobre la necesidad de dar gracias a Dios, tuvimos que esperar un buen rato a que una señora se cansara de gritar: “Thank you! Thank you, Lord!”

El día anterior nos habíamos encontrado con otro acto religioso, esta vez en pleno centro de Times Square, en medio de las luces de neón perpetuamente encendidas, las cintas luminosas con las últimas noticias y las pantallas gigantes que emiten anuncios constantemente. Bajo un cartelón que decía “Jesus loves New York” habían montado un escenario desde el que diversos predicadores arengaban a la multitud. Cuando nosotros llegamos era el turno de un tal Kim Clement, un tío a medias entre profeta y estrella de rock, que tenía montado una especie de musical en el que disputaba con el Diablo por la salvación de una chica arrastrada al pecado por la bebida, las drogas y el sexo prematrimonial. En mi opinión, la obrita cuadraba más en un festival de fin de curso que en el corazón del Distrito de los Teatros, pero hay que reconocer que el público estaba como loco, gritándole a los actores como los niños en una obra de guiñol: “¡No! ¡Cuidado! ¡El lobo está detrás del árbol!”

Por último no puedo resistirme a hablaros de otro lugar curioso: Coney Island, con su playa y su parque de atracciones. Se trata de una playa popular, así que vais a encontrárosla llena de hispanos. De todas formas, al menos cuando nosotros estuvimos, y eso que fue un viernes, que es el día en que hay fuegos artificiales, no había demasiada gente. Aun así, algunos bañistas tenían cuidadosamente delimitada su parcelita, no con sus toallas, como aquí, en España, sino con cuatro banderitas americanas. El parque de atracciones es de lo más peculiar: Tiene un aspecto bastante cutre, como de feria de pueblo pero a lo bestia. Junto a atracciones como una noria bastante curiosa y una montaña rusa con muy buena pinta, tiene otras que son de traca: el “Tiro al friqui”; una pista de coches de choque en un local, como si fuera una tienda cualquiera; un museo de los monstruos; la típica de las películas en la que tienes que acertarle a una diana para que un tipejo caiga a un tanque de agua…

Pues con este artículo, que se me ha extendido algo más de la cuenta, hemos llegado al final de la serie dedicada a nuestras peripecias en Nueva York, una ciudad maravillosa, que nos ha sorprendido muy gratamente y en la que hemos pasado unas estupendas vacaciones. De todas formas, ya sabéis donde estamos si tenéis alguna duda sobre un futuro viaje que pensáis que os podemos ayudar a resolver.

9 comentarios:

Peritoni dijo...

Vaya tela lo del comité de bienvenida. Cuando estuvimos nosotros en N.Y., a Piki se lo llevaron a parte y delante de un militar con rifle de asalto le tomaron muestras de las cremalleras de ropa (¿?) y bolsas, de las huellas de los zapatos y yo qué sé más. Un canguelo, pero lo tuyo fue peor.

El próximo martes nos vamos nosotros, esta vez al centro y oeste del país, ya veremos...

Suntzu dijo...

Vaya... Sí que lo tuvisteis que pasar mal con lo del aeropuerto. Pero por lo que se ve, lo demás ha compensado.
Ya os preguntaré, ya.

Anónimo dijo...

¡Qué grandes aventuras tenéis!, ¿se enteraron acaso de tu culto lovecraftiano?, ¿llevabas una camiseta de Ctulhu?, desde luego como son..
Nosotros también queremos ir a NY alguna vez, ya os preguntaremos..

Kupe Karras dijo...

Jobar, me encanta eso de las aventuras compartidas y los dramones que montamos los españoles en destinos extranjeros. Por ejemplo, una vez me compré unas esposas para hacer el chorra con mi novio de entonces y cuando tuvimos que pasarlo por el aeropuerto a la vuelta a España, me abrieron la maleta, agarraron las esposas, miraron al "suegro", a mí, y a mi novio que parecía un hooligan y sólo alcancé a decir, "son para mi prima, y Carnavales, claro".

Jajaja dijo...

Pues nada, Peritoni, ya nos contaréis, porque hacer un viaje por el centro y oeste de EE.UU., la Ruta 66, es uno de los viajes soñados de Dorami. Este verano lo estuvimos mirando pero, al final, nos dio nosequé hacerlo nosotros dos solos.

Ya sabes donde estamos, Suntzu. Pregunta lo que quieras e intentaremos ayudarte.

A decir verdad llevaba una camiseta de Homer Simpson. Tuve mucho cuidado con las camisetas porque leí en Microsiervos que a un tío no le dejaron subir al avión en Heathrow con una camiseta con el dibujo de una pistola. Así que la de "Nasio pa' matá" se quedó en casa.

Kupe, ¿y el "guardiasiví" no te dijo: "Ya, y yo en realidad soy pocero y voy a una fiesta de disfraces"?

Anónimo dijo...

una aventura singular y friki por supuesto. Un abrazo.

Jajaja dijo...

Lo del friquismo es como es valor en la mili. Se me supone.

Meteorismo galáctico dijo...

Los viajes al extranjero no serían lo mismo sin esos incidentes con los guardias de inmigración. Me apena que no te metiesen al cuarto oscuro para hacerte un tacto rectal. La narración de esa experiencia hubiese sido de lo más entretenida.

Lo de asistir a una misa protestante tiene que ser de lo más entretenido. Parecen la mar de entretenidas. Eso de que la gente conteste al predicador me parece tan paleto como interesante de presenciar, pero lo mejor es cuando tienen a un predicador estrella que lleva a los feligreses más impresionables a estados cercanos al éxtasis (o de máxima expresión de la necedad) e incluso caen desmayados.

¡VIVA LA GENTE! La hay donde quiera que vas.

Jajaja dijo...

Meteorismo, siento no compartir contigo ese interés porque me introdujesen un dedo por el ano. De todas formas me parece que mi capacidad expresiva, aunque de ordinario excelente, se hubiera quedado corta en este caso para transmitiros mis sensaciones. Por eso yo creo que es mejor que lo experimentes tú de primera mano: Cogete un ejemplar de prensa diaria y, en la sección de "contaztos", encontrarás multitud de señoritas y caballeros que estarán encantados de introducirte un dedo, dos o, incluso, la mano entera por el orificio anal.