Anteayer, oyendo las noticias mientras desayunaba, me sorprendió una noticia que hablaba del reglamento 1546/2006 sobre seguridad aérea. Dicho reglamento tiene un único artículo que ordena que se apliquen una serie de medidas acordadas por un “grupo de expertos”. Estas medidas están recogidas en un anexo donde, entre otras cosas, aparece la lista de artículos que se puede y no se puede transportar en un viaje en avión. Lo curioso del anexo es que es secreto, es decir, que ningún pasajero puede saber que es lo que tiene derecho a llevar en su equipaje facturado o en su equipaje de mano. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Acaso esperan que los terroristas, cuando no les dejen acceder a bordo con el cortaúñas con el que piensan horadar el fuselaje del avión para que se produzca una descompresión explosiva, se derrumbarán y confesarán sus malévolos planes? Porque otra razón no le veo, aparte de dar por culo a los usuarios y sumir en el caos el sistema de transporte aéreo.
- ¿Puedo ayudarle?
- Claro. ¿Por qué no me dice que artículos puedo llevar en un viaje en avión?
- Lo siento, ciudadano. Esa información no esta disponible por el momento.
- ¿Qué quiere decir con que no está disponible?
- Solo es usted un ciudadano. No pertenece al Grupo de Expertos. No está usted acreditado para conocer esa información. A su servicio.
- Ah... Bueno… Pues en la mayoría de los lugares públicos parecen realmente ansiosos de decirte que puedo y que no puedo hacer.
- Pero no en un aeropuerto. En un aeropuerto no sabes quiénes son tus amigos. No sabes que puedes llevar en el equipaje. No conoces las reglas. Sólo sabes algo seguro: Todo el mundo quiere tu dinero. ¡Mantente alerta! ¡No te fíes de nadie! ¡Ten tu cortaúñas a mano! Ignorancia y miedo, miedo e ignorancia. Estas son las consignas.
Pero lo más surrealista del asunto no es esto, sino que el propio personal de seguridad del aeropuerto, los encargados de hacer cumplir estas normas, TAMPOCO LAS CONOCE. Tienen que regirse por un documento divulgativo impreciso, que se presta a múltiples interpretaciones, y que cada uno aplica a su “buen saber y entender”. Esto provoca situaciones como la que nos sucedió a Dorami y a mí en el aeropuerto de Palma de Mallorca, donde Air Europa nos impidió facturar dos botellas de vino alegando que era un líquido inflamable, prohibición que no se nos hubiese aplicado, según nos informó el personal del aeropuerto, si hubiésemos volado con otra compañía. O como lo que te puede pasar si sales de este mismo aeropuerto con destino a Alemania: Podrás viajar con ensaimadas como equipaje de mano pero, si tienes que hacer escala en un aeropuerto alemán, lo más probable es que te impidan coger el segundo vuelo si no te deshaces de esas “peligrosas armas” que suponen el dulce típico mallorquín.
El Grupo de Expertos se asegura de que todos los ciudadanos se sientan seguros y sean felices. No ser feliz es traición. La traición es castigada con una ejecución sumarísima.
Tú eres feliz, ¿verdad?
Eso es lo que pensábamos.
Esta inverosímil situación me recuerda un juego de rol al que jugué hace tiempo:
Paranoia. Este juego está ambientado en un futuro post-apocalíptico en el que vives en un complejo urbano controlado por el Ordenador, un sistema de inteligencia artificial esquizofrénico, que fue programado para procurar la felicidad de sus habitantes, felicidad que es obligatoria. Sus protocolos de acción incluye la ejecución ante cualquier indicio de anormalidad en su sociedad "perfecta". El problema es que todos los ciudadanos tienen, por lo menos, dos motivos de traición: pertenecer a una sociedad secreta y tener un poder mutante. Además, el mismo ordenador da órdenes contradictorias que si no son cumplidas en su totalidad (lo que muchas veces es imposible o traición) también es motivo de traición. Y, claro, como en el caso del reglamento 1546/2006, las reglas son secretas. Es un juego divertido, la verdad, aunque un poco estresante.
¡Estate atento! ¡Hay terroristas por todas partes! A propósito: un terrorista muerto no puede atestiguar sobre su propia inocencia (ni contra la tuya). Por eso, lo mejor es disparar primero y preguntar después.
¡Mantente alerta! ¡No te fíes de nadie! ¡Ten siempre una ensaimada a mano!
¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo podemos estar sometidos a una normativa tan absurda que la abogada general del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas,
Eleanor Sharpston, dice que constituye "un vicio de tal gravedad que no puede ser tolerado por el ordenamiento jurídico comunitario" y que debe ser declarada "inexistente"? La respuesta es sencilla: A causa del 11-S. Después de esta fecha los ciudadanos europeos (los de todo el Mundo, la verdad) estamos sometidos a un cúmulo de molestas e incomprensibles medidas, que soportamos a duras penas porque “son por nuestra seguridad”. Pero, ¿es eso cierto? ¿O es solamente un “teatrillo”?, como asegura el piloto Patrick Smith en un artículo recogido en la
web del gurú de la seguridad Bruce Schneier (gracias a
Microsiervos por el enlace). ¿Estamos soportando legislaciones secretas, retrasos, incomodidad, confiscación arbitraria de nuestras propiedades, humillación pública en los aeropuertos… solo para que parezca que alguien está haciendo algo? ¿Es esto el celebre Estado de Derecho del que se enorgullece Occidente? ¿Estamos cambiando nuestras libertades por una seguridad que se revela ilusoria? Desde luego parece que se han hecho realidad las sabias palabras de
Benjamin Franklin: "Quienes pueden renunciar a su libertad esencial para obtener una pequeña seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad."
- ¿Estás seguro de que esto es necesario para mi seguridad?
- Desde luego que sí, ciudadano. Por supuesto que es necesario. El Grupo de Expertos lo dice. Y el Grupo de Expertos es tu amigo. ¿Es que dudas del Grupo de Expertos? Dudar del Grupo de Expertos es traición...
- ¡No! Claro que no. Si el Grupo de Expertos dice que es necesario, seguro que lo es. Sólo un terrorista islamista mutante traidor podría creer lo contrario.
- ¡Excelente, ciudadano! Estás cogiendo la idea. Bienvenido a Paranoia.
4 comentarios:
Todo esto de la seguridad aérea no es más que otra muestra del paripé que rige nuestra sociedad. Si ocurre algo que indica que la seguridad no es total, se toman unas cuantas medidas, cuanto más absurdas e incomprensibles, mejor, así la gente pensará que son más eficaces.
Tanta “seguridad” en los aviones acaba siendo algo así como poner una puerta blindada en medio del campo. Seguro que por esa puerta no pasa nadie, pero medio metro más allá cualquiera puede pasar. Si en los aviones se complica la posibilidad de montar un follón ¿por qué no montarlos en los trenes, en el metro, en los autobuses, en las carreteras, en los supermercados? ¿Acaso hay alguna medida de seguridad en ellos?
En las empresas también suele existir un departamento de seguridad con un pelotón de guardias jurados que se encargan de hacer cumplir la normativa, por absurda que sea. Por ejemplo, en el lugar en el que trabajo, todo el que lleve una bolsa, una cartera, una mochila o cualquier cosa que asome fuera de sus ropajes, tiene que pasarlo por un escáner para que los vigilantes comprueben que no lleva nada peligroso, pero si uno entra forrado de explosivos, mientras no asomen fuera de la ropa, pasará sin problemas.
Recuerdo, hace ya bastantes años, cuando trabajaba en otra empresa, salía yo con un diskette en la mano para ir a una oficina de cierta entidad bancaria a instalar un programa que estábamos desarrollando. Al verme el vigilante salir mostrando ostentosamente el soporte magnético de datos, me dijo que requería una autorización de mi jefe (yo era subcontratado, como siempre he sido y como sigo siendo) para sacar del recinto tan valiosa información. Si hubiese salido con el disco en el bolsillo nadie me hubiese dicho nada, pero como ¡ingenuo de mí! lo llevaba a la vista, el vigilante se vio obligado a cumplir con la norma que impide sacar información de la empresa sin permiso. La norma está bien, pero cumplirla implicaría que se nos hubiese cacheado todos los días al salir. Si no se hacía eso, detener a quien sale con toda su candidez enarbolando un diskette o unos folios, constituía una sandez de grado máximo que demostraba que lo importante es aparentar que existe una seguridad pero que, realmente, ésta no existe porque, sencillamente, para que existiese, debería haber una casta de gente incorruptible encargada de vigilar todos y cada uno de los movimientos de los miembros de las demás castas, mucho más proclives a la corrupción.
¡VIVA EL PARIPÉ!
O sea que salisteis en la prensa como el comando que llevaba preparados dos cócteles molotov de vino (¡¿?!) y unas ensaimadas lapa. ¡Qué locos!.
Estamos desquiciados, se pueden poner bombas en cualquier sitio y tipo de transporte, ¿porqué los aviones?, ¿qué pasaría hace tiempo para que se tomaran estas medidas en los aviones?...
Muy buena la frase de Franklin, una verdad como un templo.
Meteorismo,
Estoy de acuerdo contigo. El tema de la seguridad está especialmente inclinado hacia el paripé. Y por una vez sé de lo que hablo. Yo soy uno de esos seres divinos que vigilan a los seres angélicos que vigilan que la gente no se lleve los secretos de la empresa bajo el brazo.
De todas formas, lo que me ha llevado a escribir este artículo son otras dos cosas:
1) En un Estado supuestamente de Derecho las normas deberían estar formalizadas (escritas y aprobadas por alguien que se responsabilice de ellas), ser conocidas y estar claras. No se puede hacer que las normas dependan de la libre interpretación que haga de ellas una persona: Un policía en el mejor de los casos, porque en los aeropuertos actuales la mayoría de las veces será un guarda de seguridad o, incluso, un tipo con chaqueta (auxiliares de seguridad los llaman).
2) Se nos está haciendo vivir bajo un estado de terror permanente. Recientemente se amplió la dichosa lista secreta para incluir líquidos y geles. Esta ampliación se debe al desbaratamiento de una célula terrorista en el Reino Unido que, supuestamente, tenía previsto acceder a un avión con líquidos en principio inocuos para luego, en el servicio, mezclarlos formando un explosivo con el que derribar el aparato. Aparte de las dificultades que tiene montarse el Quimicefa en el lavabo de un avión (repitan conmigo: MacGyver es solo una serie de televisión, MacGyver es solo una serie de televisión…), los terroristas no tenían ni billetes comprados, ni fechas asignadas, ni objetivos escogidos… Por no tener, ni siquiera tenían el conocimiento de que líquidos podrían utilizar para fabricar la bomba que habían imaginado. Pues bien, este, digamos, atentado en base de elucubración ha disparado todas las alarmas y desatado de nuevo la histeria. Los pasajeros de piel oscura, que recen, que lleven equipaje de mano extraño o que hablen lenguas que puedan sonar a árabe a un total desconocedor de este idioma son esplendidos candidatos a ser sacados por la fuerza de su avión a causa de la paranoia de sus compañeros de viaje. ¿En qué mundo vivimos en el que no se puede coger un avión por ser “moro” (o parecerlo)? Y otra cosa: ¿A quién beneficia esto?
Pikitoni,
Al final no salimos en la prensa porque al no poder facturarlas, una de las botellas la regalamos y la otra nos la bebimos mano a mano Dorami y yo en el mismo aeropuerto, lo que trajo como consecuencia que apenas nos enteramos del vuelo hasta Madrid. En cuanto a lo de las ensaimadas, lo que cuento no es por experiencia personal. A mí no me gustan demasiado las ensaimadas, estoy en contra de las armas.
Si es que al final las películas de los Hermanos Marx se quedan a años luz de la realidad... jejeje Luego nos quejamos de nuestro país.
Me ha gustado tu blog, en estos días te pongo un enlace y lo voy revisando cada cierto tiempo.
¡Quedo a la espera de las cosillas de New York!
Saludos!
Publicar un comentario