lunes, 27 de abril de 2009

La chica de ayer

La noche del domingo Dorami y yo estuvimos viendo el primer capítulo de la nueva serie de Antena 3, “La chica de ayer”. Se trata de una adaptación de la serie de la BBC “Life on Mars” que ya en su día fue emitida por esa misma cadena. El protagonista de “Life on mars” es un inspector de policía de nuestros días que, al parecer, como consecuencia de un atropello, es transportado en el tiempo a una vida en la que es también miembro de la Policía pero en 1973. El nombre de la serie viene de la canción de David Bowie, que sonaba en el CD del coche del policía antes del accidente y que luego sigue sonando en el radiocasete de un coche junto al que se despierta, ya en 1973. También alude al sentimiento de irrealidad que embarga al policía acostumbrado a los métodos científicos y al trabajo con la legislación más garantista de la actualidad, frente a los policías de los setenta, machistas, xenófobos… bestias, en una palabra. El guión juega con la incertidumbre entre si lo que sucede es que el protagonista está soñándolo todo mientras está en coma debido al accidente, si es que realmente ha vivido siempre en 1973 pero un golpe lo ha dejado medio tonto o la posibilidad de que todo sea cierto y que haya retrocedido en el tiempo.

En cuanto a la serie de Antena 3, el capítulo que pudimos ver ayer era prácticamente un calco del primer episodio de la británica, con la variación de que está ambientada en la España de 1977, poco después de morir Franco pero antes de la aprobación de la Constitución. En eso sale ganando la serie española, siempre resulta más cercano y simpático una serie ambientada en nuestro pasado que en el de los ingleses. Otro aspecto en el que también resulta vencedora frente a la británica es los actores: Ernesto Alterio “está bastante más bueno que el inglés, que era demasiado flaco” (Dorami dixit). En lo que a la actriz protagonista respecta, Manuela Velasco es también más atractiva que su contrapartida, Liz White. Ventajas de ser encrucijada de naciones, crisol de pueblos y patio de juegos de todo bárbaro con ansias de conquista, frente al aislamiento y la endogamia isleña.

En fin, una serie que combina nostalgia con tramas policíacas (algo así como una mezcla de “Cuéntame” con “El comisario”) y una cierta dosis de “esto puede que no sea lo que tú piensas que es… o todo lo contrario”. Un cóctel que podría funcionar. Esperemos, ya que dicen que los guiones de la versión española son originales, que han tomado la idea pero la han adaptado, que doten de algo más de contenido al componente policial de la serie, que en la inglesa era bastante flojito. Dorami y yo dejamos de ver la serie original por ese motivo; después de tres episodios que solo nos ofrecían pantalones de campana, unas intrigas bastante insustanciales y un protagonista al que se le va la olla, se nos hizo un poco pesada.

Aquí tenéis un adelanto de la serie por si os apetece echarle un vistazo:

miércoles, 22 de abril de 2009

Mis “mostruos” favoritos (II): Carlos Jesús

Una vieja maldición china dice: “Ojalá vivas en tiempos interesantes”. Dado que mi vida está siendo desde que volvimos de Asturias de lo más tranquila y previsible, creo que debo sentirme afortunado. Pero como seguramente no os apetecerá leer un artículo sobre mi rutina diaria voy a retomar una serie que tenía un poco abandonada, Mis “mostruos” favoritos, y os voy a hablar de alguien que sí ha tenido una vida interesante: Carlos Jesús.

El verdadero nombre de Carlos Jesús es Carlos Cabello Rey. Nacido en Sevilla el 24 de enero de 1945, fue mellizo y sietemesino, circunstancia que considera una “gran virtud”. Se casó y separó muy joven, lo que le empujó a refugiarse en el estudio de la Biblia, buscando consuelo a la depresión que le produjo su separación. Emigrado a Cataluña, trabajó como fontanero y electricista tanto a domicilio como en varias empresas del área metropolitana de Barcelona. Trabajando en la factoría de SEAT en Martorell tuvo su primera experiencia extrasensorial; recibió una fuerte descarga eléctrica y, mientras permanecía desvanecido, escuchó una voz que le decía: “Vuelve, que aún no es tu hora”.

Poco después recibió otra descarga eléctrica, esta vez en la fábrica de Pegaso, en Mataró. Como consecuencia de ella, Carlos Jesús se vio salir de su cuerpo y elevarse, entró en un túnel donde había un punto blanco y allí vio a sus familiares fallecidos, a los que saludó. Una figura blanca de luz surgió de una puerta y le dijo: “Tienes que volver al cuerpo, ya que tienes que cumplir una gran misión en la tierra”. Al volver en sí de esta experiencia fue atropellado por una carretilla que le aplastó contra una pared, pero este nuevo accidente, como los anteriores, no le dejó ninguna secuela. Justamente un mes después, un Jueves Santo, recibió la visita de Jesucristo en el número 13 de la calle de Provenza, delante de una churrería. Cristo, bajo la forma de una figura blanca de más de dos metros de altura, se descolgó desde una claraboya de yeso y le comunicó su misión: Debería realizar curaciones por fe en la Tierra hasta que llegase el Fin del Mundo.

Para realizar su misión, primero tuvo que sacar del Triángulo de las Bermudas el espíritu de una mujer y dos hombres extraterrestres. Partiendo desde el Tíbet en una nave espacial viajó con ellos por los 180.000 millones de galaxias habitadas. Durante cuatro años el espíritu de la mujer, que se llamaba Crislán, le dio cursos intensivos de curaciones por fe. Además le llenaron el cuerpo de aparatitos, entre ellos una placa que puede lanzar descargas de más de 800.000 voltios. Como colofón a su viaje visitó el Sol, donde viven los 24 ancianos que, junto con el Padre Eterno, están a cargo de todo el Universo. Allí pudo hablar, entre otros, con Cristo, que le dijo que la Iglesia se había vuelto perversa y había inventado la confesión para conocer los secretos del pueblo. Además, desde su nave especial, le mostró las orgías con niños que se realizan en el Vaticano.

Al volver a la Tierra, Carlos Jesús se dedicó a realizar curaciones por fe como le había sido encomendado. Cura derrames internos, infartos, embolias, SIDA, flatulencias, endereza a los jorobados, resucita a los muertos, apacigua a los espíritus de los muertos, ayuda a encontrar trabajo a los parados y elimina los virus de las máquinas “ibe-eme-eme”. Para realizar estas curaciones suele transfigurarse en Micael, que se aparece con el rostro de Jesús, María, Jacob o Crístofer (el encargado del mantenimiento de las naves espaciales), que es el hijo de la extraterrestre que le enseñó y el propio Carlos Jesús.



Carlos Jesús dice que el comienzo del Fin fue la Guerra de los Seis Días, en 1980, pero que el Fin del Mundo no será hasta después de 2003, cuando los israelíes asalten Jerusalén (o Belén, no lo tiene muy claro, se ve que cuando le contaron esto estaba mirándole las tetas a Crislán y no se enteró bien). Entonces un gran asteroide pasará tan cerca de la Tierra que cambiará su eje de rotación y se producirán tres días de oscuridad. Durante ese periodo trece millones de naves dirigidas por Arntachán recogerán a los 10.144.000 elegidos que tengan la señal del Padre y del Hijo impuesta por Carlos Jesús. Estos elegidos serán llevados al planeta Raticulí, donde serán transfigurados a seres jóvenes e inmortales de unos 2,20 m de altura y sin ano (ya que todo lo que comen esos cuerpos lo asimilan). Allí gozarán de una existencia idílica comiendo pastillas y hortalizas puras y gozando de las relaciones sexuales.



Mientras tanto la Tierra será destruida en menos de un año por guerras bacteriológicas. Los mares se secarán y, además, debido a una serie de terremotos, cinco bombas termonucleares que hay bajo el Mar de los Sargazos explotarán. El mundo se deshará y se volverá puro y, entonces, los que se salvaron bajarán de Raticulí a repoblar la nueva Tierra.

Para saber más podéis visitar esta página, donde aparece una entrevista hecha a este personaje, o esta otra, con algunas de sus mejores frases y de sus más sabias enseñanzas.


Así que ya sabéis, niños. Corred a que Carlos Jesús os imponga su señal antes de que sea demasiado tarde, os pille el Fin del Mundo por banda y no podáis gozar de una maravillosa vida eterna sin ano. No digáis que no os he advertido.

miércoles, 15 de abril de 2009

Surrealismo vaqueiro

La Comarca Vaqueira ocupa buena parte del Occidente asturiano. Está formada por los concejos de Cudillero, Valdés, Salas, Tineo y Allande, extendiéndose desde el mar hasta la Cordillera Cantábrica. Su nombre viene de los vaqueiros de alzada, grupo social que surge a partir del siglo XV en las montañas centrooccidentales de Asturias. Tradicionalmente se dedicaban a la cría de ganado vacuno y la arriería, practicando la trashumancia biestacional, “alzando” sus ganados, enseres y familias entre las brañas del interior y las brañas de la costa. Su aislamiento geográfico, su diferente modo de vida y la exención del pago de diezmos generaron constantes enfrentamientos con la Iglesia y el resto de los vecinos. Su supuesto origen étnico diferente generó todo un abanico de hipótesis que los sitúa como descendientes de moriscos, como infieles a don Pelayo o, incluso, como vikingos derrotados por Ramiro I en La Coruña.

No sé si veréis la serie Doctor Mateo. Yo no, pero, por lo que sé de series españolas, estoy seguro que se basa en una situación de tensión “sesual” no resuelta entre el protagonista (una suerte de doctor “Jaus” hispánico) y una hembra de buen ver pero un tanto borde, todo ello rodeado de una serie de tipos excéntricos que generan situaciones rocambolescas, surrealistas y presuntamente graciosas. La serie en cuestión está rodada en Lastres, en el Concejo de Colunga, en el Oriente asturiano. Pues hay que decir que en eso del surrealismo el Oriente no tiene nada que hacer. No sé si será la influencia de los vaqueiros, esa raza misteriosa, pero el caso es que cuando aparecemos por aquellas tierras para visitar a la familia de Dorami, nos pasan cosas de lo más chocante.

Llegamos el lunes de Semana Santa. La madre de Dorami parece creer que no existe la comida fuera de la Comarca Vaqueira; es posible que admita que también la hay en el vecino concejo de Cangas del Narcea pero, desde luego, no más allá, así que cuando vamos nos ceba como si no fuésemos a comer hasta la próxima vez que volvamos a Asturias. No es que me queje, la mujer cocina estupendamente, pero a veces la cantidad y variedad de comida resulta un poco excesiva. Tras la pantagruélica cena, Dorami y yo fuimos un rato al Jaybor, el pub local, a tomar un digestivo. Sus padres suelen bajar después de cenar al café a echar una partida de cartas; ese día terminaron anormalmente pronto y se marcharon a casa. Cuando subieron supusieron que nosotros estábamos cansados del viaje y nos habíamos ido a dormir, así que cuando llegamos nos encontramos con la puerta del portal cerrada y sin llaves. Como allí no se estila eso de los porteros automáticos probamos con el teléfono móvil. El móvil es un buen invento pero su mayor ventaja es al mismo tiempo su mayor inconveniente: lo puedes llevar a cualquier sitio y dejártelo, por ejemplo, en la otra punta de la casa. Habréis adivinado, por mis palabras anteriores, que no nos oyeron llamar. Entonces recurrimos a otro procedimiento más pedrestre pero más eficaz: pegar voces. Desafortunadamente Dorami no es capaz de emitir sonidos más elevados que los de una conversación tranquila pero yo, aun a riesgo de pecar de inmodesto, tengo una voz excelente. Bueno, no excelente en el sentido de cantar ópera, sino, más bien, en el de arrear cabras, pero bueno, para lo que nos interesaba, es de lo más apropiada. Así que allí estaba yo, en medio de la calle oscura, llamando a berridos a los padres de Dorami. Como no aparecían, arrecié mis gritos. Ella empezó a decir que íbamos a despertar a todo el vecindario y se escondió avergonzada detrás de unos coches. En esas estábamos cuando de pronto oímos: “Ustedes creen que estas son horas de ponerse a dar esos gritos por la calle”. La Guardia Civil. Por poco no acabamos en el cuartelillo. Finalmente logramos hacerles entender la situación y hasta nos ayudaron a buscar alguna piedrecilla que arrojar a la ventana del dormitorio. Tras mucho buscar, uno de los guardias civiles apareció con un taco de madera. Dorami lo lanzó y lo coló en el balcón de la habitación de sus padres. Ya pensábamos que tendríamos que buscar otro trozo de madera cuando apareció la madre de Dorami en bata preguntando: “¿Qué hacéis ahí?”

El Viernes Santo fuimos a comer a casa de los primos de Dorami. Por la tarde pensábamos pasarnos por Tineo, a ver al Moirazo tocar con los Eólicos. Por la noche había también verbena, amenizada por Héctor y Juanón, dos individuos que puede que a vosotros no os digan nada, pero de los que la madre de Dorami es muy fan. Después de comer empezó a granizar, así que llamamos al Moirazo que nos dijo que por allí estaban también cayendo chuzos de punta, por lo que no iban a poder tocar. Sin embargo los padres de Dorami y sus primos no perdonaban lo de la verbena, así que después de cenar nos plantamos en Tineo. Imaginad la escena: La plaza del Ayuntamiento, delante de este un pequeño escenario donde el gordo canta acompañado por el flaco al acordeón y los teclados. Al otro lado de la plaza quince o veinte personas (entre ellas nosotros) arrimados a un edificio que tenía una galería que sobresalía de la fachada. Entre ambos, una cortina de agua que parecía preludio del Diluvio Universal y dos parejas bailando bajo sendos paraguas.

Al día siguiente por la mañana fuimos a dar un paseo antes de comer. Para reponer fuerzas y por aquello de fomentar el consumo para combatir la crisis nos metimos en el chigre de Pepe para tomarnos un vinín (no es necesario que nos dé las gracias, señor presidente). Al salir Dorami da un salto hacia atrás, gritando: “¡Un bicho! ¡Un bicho!” Yo me adelanté pensando que había visto una cucaracha, una araña… Pues no. Encaramada en el banco que hay frente a la puerta del bar, un águila de considerable tamaño me miraba ceñuda. Luego vimos que estaba atada con una cadena. Al parecer su dueño había salido de paseo con su águila y, como se le había antojado un vino, se metió en el chigre dejando el águila en el banco como quien va a comprar el pan con el perro y lo ata a una farola en la puerta de la panadería.

Si esto no es surrealismo, que venga el doctor Mateo y lo vea.

viernes, 3 de abril de 2009

Cartagenera morena...

Hace dos fines de semana, aprovechando que Dorami tenía puente por San José, estuvimos en Alicante, viendo a mi amigo José Antonio (el de las rusas) y su familia. El viernes nos acercamos a Cartagena a pasar el día con José, que, como es cartagenero por parte de padre, oficiaba de guía nativo.

Santi, un amigo nuestro que es un alto cargo en el Ministerio de Cultura, había estado unos meses antes allí, en la inauguración de Arqua, el Museo Nacional de Arqueología Submarina, y nos había recomendado que lo visitáramos. Como en él se unen dos cosas que me encantan, la arqueología y el submarinismo, no podía dejar pasar la ocasión de visitarlo.

Dejamos el coche en el parking subterráneo que hay en el puerto y nos dirigimos hacia el museo. No sé como nos las apañamos, debimos pasar por una visita escolar, Dorami con su carné de profesora y yo con el mío de estudiante, pero el único que tuvo que pagar los 3 euros de la entrada fue José Antonio. Se trata de un museo de estos modernos, todo muy interactivo, aunque hay algunas piezas muy interesantes (demasiadas ánforas, dijo Dorami) como una reproducción de un pecio fenicio encontrado frente a la costa de Mazarrón. Aunque el museo es pequeño, verlo te puede llevar un par de horas, si el tema te interesa y te paras a ver todos los cacharricos. Sobre su valoración hubo diversidad de opiniones: a mí me gustó mucho, José Antonio dijo que era para niños.

Al salir de Arqua ya era la hora de comer, así que nos dirigimos hacia el restaurante que nos había recomendado la madre de José, los Techos Bajos, donde nos dijo que se podía comer pescado muy fresco a muy buen precio. Hay varios restaurantes agrupados en la zona, en la rotonda que hay junto a la esquina de la derecha de la muralla (según se mira desde el puerto). La muralla, por cierto, me encantó: no es la típica muralla medieval sino una fortificación abaluartada, de las desarrolladas tras la popularización de las armas de fuego. Volviendo a Los Techos Bajos, el sitio debe estar muy bien, a pesar de su aspecto un tanto cutre, porque cuando llegamos estaba abarrotado y había cola esperando. José y yo nos acercamos a preguntar y nos dijeron que tendríamos mesa en media hora y que, por favor, saliésemos fuera a esperar, porque dentro se estaba arremolinando demasiada gente. Cuando volvimos a comentárselo a Dorami nos dijo que lo de la media hora se lo debían estar diciendo a todo el mundo, por lo que había oído a su alrededor. Como no teníamos demasiadas ganas de esperar durante media hora, o más, al sol en medio de un aparcamiento, nos dirigimos al restaurante más próximo, la Casa del Pescador. Allí comimos estupendamente, bastante bien de precio y junto a un ventanal desde el que se veía el puerto.

Por la tarde fuimos a visitar el teatro romano, que también se ha inaugurado recientemente. La entrada despista bastante, está en pleno centro de la ciudad, frente al Ayuntamiento, y el teatro no se ve por ninguna parte. Desde allí, a través de un corredor subterráneo con varios niveles, en el cual puedes admirar varias piezas sacadas de las excavaciones, y pasando bajo las ruinas de la Catedral Vieja, llegas al teatro. Espectacular. Sales de un túnel y te encuentras al aire libre en medio de un gran teatro romano, muy bien conservado, y rodeado por la ciudad. Merece la ir a Cartagena solo para verlo.